25 diciembre 2016

Arlinda

Decían las “buenas” gentes de la aldea que la Bruja era tan fea que no había podido conseguir que ningún hombre normal la mirara con agrado. Desde que nació, hacía ya quince años, daba espanto y si la veían corrían hacia otro lado con tal de no encontrársela de frente. Nunca habían hablado con ella y ni siquiera sabían si su madre le había puesto nombre. La mujer había muerto muy pronto y la pequeña fue criada por su abuela que era la única que la veía tal como era en verdad.

Mientras fue niña corría sola por los bosques y a veces la oían cantar con una voz ronca, áspera, que más parecía de chico.

Ya que no hablaba con nadie más que con su abuela, esta le aconsejó que hiciera amistad con todos los animalitos que allí había en abundancia, y con los árboles, plantas, flores y con los pájaros. Todos le enseñarían mucho y de esa manera no se sentiría tan sola.

Así fue creciendo y se sentía realmente feliz.

A su abuela le daba las gracias todos los días pues, gracias a su consejo, podía comunicarse con todo lo que poblaba aquel hermoso bosque.

Un día, probablemente perdido, llegó un hombre ciego y, a grandes voces, pidió auxilio:

-Por el amor de Dios, buenas gentes, ayudadme a salir de aquí, voy hacia el pueblo de Peñas Blancas, pero aquí solo hay grandes árboles y yo no sé entender lo que me dicen
-Yo os acompañaré hasta el camino que lleva a la villa
-Muchas gracias. ¿Sabéis? Todos tenemos dones secretos que los demás no conocen. Nos rechazan por lo que no entienden, pero si pudieran vernos como somos realmente se quedarían muy asombrados y nos envidiarían sin duda.

Mi don es ver a las personas tal cual son y también puedo conceder algún deseo.

¿Cómo os llamáis?
-Me llamo Arlinda y si pronunciáis mi nombre seréis la segunda persona en hacerlo, ya que solo mi abuela me llamó por él.

Lo tomó de la mano y así fueron caminando un buen rato entre animales y árboles que susurraban y sonreían a su paso.

El hombre sentía que algo mágico estaba sucediendo pero no se atrevía a decirlo

-Siento el calor del sol en mi rostro y eso hace que el frío sea más llevadero y es como si todo sonriera a nuestro alrededor
-Así es, caballero. Ese es mi don, desde muy joven puedo comunicarme con toda clase de animales, árboles y plantas e incluso con las aguas del río y los peces que viven en él. Os lo cuento porque sé que me comprendéis.
-¡Que belleza más extraordinaria tenéis, Arlinda! ¿Podré visitaros a menudo?
-Si, por supuesto, pero no digáis que me habéis encontrado y mucho menos que hemos hablado porque no os creerán
-Así lo haré
-Ahora ya solo tenéis que seguir el camino recto y muy cerca ya están las primeras casas del pueblo. ¿Cual es vuestro nombre?
-Heriberto me llaman. En pocos días volveré.
-Así lo espero

Y aquellos días fue como si todo el bosque se preparase para un gran acontecimiento. La Alegría subió tantos grados que todo el que entraba allí sentía como su corazón daba un salto y ya la sonrisa no podía abandonarlo en  semanas.

Cayó la primera nevada del año y eso sirvió para embellecer aún más todo el lugar.

Arlinda, nerviosa, caminaba todos los días hasta la entrada del pueblo con la intención de ver al caballero y prestarle su ayuda por si de nuevo quería pasear por el bosque.
Pasaba de la dicha más absoluta al abatimiento.
Hacía pocos meses que su abuela se había ido y ni siquiera tenía el consuelo de sus sabias palabras.
Los animalitos la llenaban de ternura, de alegría, jugaban para entretenerla y trataban de borrarle esa sensación de que se había parado el tiempo.

Y un día en que ya se había resignado, miró por la ventana y allí estaba, plantado ante su ventana y llamándola.

-Mi señor don Heriberto ¿cómo estáis?
-Muy bien Arlinda. Siento vuestro corazón lleno de alegría ¿es por mí?

La joven pensó que, menos mal que el caballero no podía ver, porque se había puesto roja. Nunca nadie se había preocupado de si sentía esto o lo otro y mucho menos lo había sentido como propio
Desviando la conversación, la joven dijo:

-Os apetece dar un paseo? La nieve le da a todo un aire de pureza

Luego, dándose cuenta, muy azarada, dijo:

-Perdonadme, caballero, bien sé que no podéis ver...
-No te preocupes, el que me lo describas, ayuda a que en mi interior, lo vea aún más hermoso...

Y, desde aquel día, Heriberto, fue y vino del bosque al pueblo tantas veces que, aunque pasaran cien años no se perdería en el recorrido.

Aquel día tenía algo especial y cuando el caballero llegó a casa de Arlinda, todo olía muy bien.

-Sentaos aquí, hoy es mi cumpleaños y he hecho un pastel para celebrarlo. Será un honor que me acompañéis, espero que os guste.
-Seguro que estará delicioso. No lo sabía y no he traído ningún regalo, pero dejadme coger vuestras manos y algo os diré

Y Heriberto, muy serio y con las manos de Arlinda en las suyas, empezó a decir:

-Hoy es 21 de diciembre, primer día de invierno y el mismo día del año próximo, daréis a luz un niño, hermoso y sano. Será saludado por grandes sabios y los reyes doblarán las rodillas ante él. Vendrá a traer la luz del Amor y los lugares por los que pase se iluminarán. Habrá Paz y buena Armonía entre todos y la Abundancia se extenderá. Con un simple gesto borrará la enfermedad y su sonrisa dará consuelo a todo el que esté triste. Será conocido en toda la Tierra y su Luz brillará aún mucho después de su muerte.

Y tú, por siempre, serás bendecida como su madre

-¿Qué sucede? -dijo el caballero al sentir que algo húmedo mojaba sus manos-
-No preocuparos, son mis lágrimas de emoción que no he podido contener. Es el mejor regalo que he recibido nunca.

A los pocos meses el caballero se fue y Arlinda se sintió más sola que nunca pero llegó la Primavera y los animalitos tuvieron sus crías y el paisaje se pobló de nuevos brotes y flores de todos los colores y el río cantó alegre porque sus aguas eran más abundantes.

Y, enseguida, su niño empezó a moverse en su vientre y ella habló con él y le dijo que sería muy sano y hermoso y que traería Luz a todos los hombres.

Cuando estaba ya a punto de llegar el invierno, ella ya estaba muy pesada y pensó que alguien debería ayudarla, sintió miedo y lloró.
Hacía meses que se metía en una cueva, se sentía bien allí, hablaba con su madre que apenas conoció y con su abuela que la había criado y ayudado con sabios consejos...

Y el día 20 de diciembre, como por arte de magia, Heriberto apareció.

-Vengo a ayudarte en el nacimiento de tu hijo
-Pero eres ciego, no podrás
-Confía en mí, todo saldrá bien. No te he dicho que tu hijo también hará grandes milagros.

Ella prefirió parirlo en la cueva. Llevaron velas y varias mantas y almohadas, ropita para cubrirlo...

-No te preocupes -dijo el caballero- no tendrás dolor, él viene para sanar no para herir

Así fue. Heriberto lo recogió, lo limpió y lo cubrió y Arlinda lo puso a su pecho. Toda la cueva se había llenado de luz y lo primero que se oyó fue la voz del caballero:

-Puedo ver, puedo ver y tenía razón porque eres la mujer más hermosa que pueda haber en la Tierra.

Arlinda no contestó porque estaba viendo que aquella luz que el niño desprendía estaba formando una espiral que se iba agrandando cada vez mas y en ella estaba viendo las escenas de lo que, desde ahora, sería su vida, la de su hijo y la del caballero que los acompañaría protegiéndolos hasta tierras muy lejanas dónde nadie los conocía pero en la que serían muy felices hasta que el niño llegara a su edad adulta.

Luego todos los animalitos con sus crías entraron en la cueva y después llegó una estrella y le dijo a Arlinda que pronto vendrían unos reyes desde muy lejos y luego comenzó a nevar y cada copo fue como una bendición.

06 septiembre 2016

Conversaciones con Briel (3) - El Caminante

    Por fin, después de varios días de lluvia, el sol se asomó tímidamente pero lo suficiente para que, en la aurora, las nubes fueran color rosa y el Caminante del Cielo se presentara por sorpresa. Era la primera vez que lo veía  pero oí claramente la voz de Briel que a modo de presentación me dijo:
-Si, es él, no te preocupes, sabe quien eres tú. Hoy no iré a recogerte pero es muy posible que nos veamos luego.

Con el pico de su manto, el Caminante, se tapaba la garganta y buena parte de la cara, solo se le veían los ojos que me miraron tranquilos aunque yo sabía que llevaba mucha prisa. Pero la sorpresa todavía no había terminado, con voz amable me dijo:
-Te acabas de despertar y aún no te has dado cuenta pero hoy es el primer día de Primavera, te ofrezco venir conmigo a la Inspección ¿quieres?
La verdad no me tomé ni un segundo en pensarlo y tal como estaba, en pijama, contesté:
-Por supuesto. ¿Dará tiempo a que me vista?
-Eso nunca ha sido ningún problema. Y trazando una espiral con su bastón de oro me vi con unos ropajes muy similares a los que él llevaba. No dije nada pero debió notar algo extraño y me obsequió trazando de nuevo algo en el aire y esta vez si me vi con un pantalón muy cómodo, calzado deportivo, una camiseta color verde y una gruesa chaqueta con capucha, lo que agradecí porque por aquellas alturas, decían, siempre hacía más fresco.

-Bueno -dije cuando ya estábamos en pleno vuelo- ¿me explicarás qué es eso de la Inspección?
-Mejor lo ves por ti misma, enseguida llegaremos
Decidí no importunarle y guardé silencio mientras iba admirando los bellos paisajes desde arriba.

Aterrizamos en un frondoso bosque formado por castaños y robles y vimos antes de aterrizar como ya muchos gnomos se habían reunido en un claro.
Me resultó divertido que, al mismo tiempo, todos dijeran:
-Buenos días Caminante. Bienvenido. Y algunos, con gran curiosidad y en voz muy baja preguntaron: ¿Quien es la chica?
-Una curiosa como vosotros. Alguien a quien conozco hace tiempo y siempre me está preguntando sobre mis funciones y viajes, así que decidí traerla de forma que lo vea por si misma en lugar de preguntarme cada vez que me ve, en sueños, por supuesto.

El Caminante es así -pensé- sin duda un gran Ser pero algo cortante cuando habla y da la impresión de que la mayor parte del tiempo está de mal humor.
Había olvidado que la mayoría de estos Seres leen el pensamiento, así que lo que recibí por mi comentario fue una pequeña descarga de su bastón que me produjo cosquillas y me puse a reír a carcajadas, contagiando a todos los demás y sin poder parar,
-Como veis -dijo- no debéis juzgar a los demás y las manifestaciones de cualquier sentimiento, deben ser en su momento adecuado, porque todos os habéis sentido ridículos por no poder tener el control de vuestra risa que era totalmente inapropiada. Y ahora vamos a lo nuestro.

Los gnomos le fueron explicando todos los pormenores de sus tareas: si los árboles crecían sanos y fuertes, si las nuevas plantas estaban brotando bien, si el pequeño riachuelo traía suficiente agua para que pudieran beber los animales y si estos estaban naciendo en el momento previsto y sin problemas.

Cuando se presentaba algún inconveniente, el Caminante iba en persona a solucionar cualquier circunstancia que pudiera surgir, dejándome que lo acompañara y explicándome lo que resultaba mejor para cada caso y, por supuesto, empleando su bastón de oro que para eso era su principal herramienta.

-Ven -me dijo- seguro que esto no te lo esperabas.
Al pie de un árbol grande y frondoso, sobre la mullida hierba Briel me esperaba.
¡Que alegría! La verdad es que no esperaba encontrarte tan pronto.
-Sí, es que Rina acaba de tener un potrillo, mira.
Saludé a la orgullosa madre que me presentó a su pequeño, durmiendo plácidamente a su lado.
-Es igualita que tú, toda blanca, preciosa. Espero que crezca muy saludable. ¡Enhorabuena!
-Espero que no te importe- dijo Briel- pero tendrás que volver a tu casa por tu cuenta. Estás en muy buenas manos.
-Sí, está bien. Hasta otro día

Ahí pude comprobar que el Caminante del Cielo era amable, cariñoso, servicial e impecable. Acarició al pegasito recién nacido y luego me dijo:
-Cualquier cosa que hagas, desde la más sencilla hasta la más complicada, debes hacerla poniendo toda tu atención, de forma que quede perfecta en el primer intento, porque si la haces mal y tienes que repetirla será un gasto de energía y pérdida de tiempo que podrías haber evitado de haberlo hecho bien. ¿Entiendes?
-Sí, creo que si

Al mediodía todo estaba terminado. Los gnomos se despidieron muy amablemente y me regalaron un puñado de semillas por si quería probar y ver en qué especie de planta se convertirían. Les di las gracias esperando que todas fueran flores, de todos los colores, formas y tamaños, porque siempre me han gustado mucho.

El Caminante me dijo que otro día repetiríamos la experiencia y que ahora tenía mucha prisa y no podría acompañarme de nuevo hasta mi casa.
Me quedé perpleja y pensé: “¿Y ahora cómo hago para volver?”
Y esta vez fue él quien rió muy a gusto ¡la primera vez que lo veía reír!
-¿Preparada?
-Sí – y no sé porqué cerré los ojos con fuerza
Y cuando los abrí de nuevo estaba en mi casa, con mi pijama puesto y mirando por la ventana.

Levanté mi mano en señal de saludo y pensé: “Muchas gracias, que tengas buen camino y espero de verdad volver a acompañarte” “Así será -oí-y su sonrisa flotó en el aire durante toda la mañana.

20 agosto 2016

Conversaciones con Briel (2) - El manantial

Mi pegaso precioso, las doce en punto y ya está esperándome, lo abrazo y se inclina para que pueda subirme a su lomo.
-¿Dónde me llevarás hoy?
-Justo al lugar que necesitas
-¿Y cómo sabes eso?
-Estamos conectados en nuestro corazón. Conozco muy bien tus emociones y hasta siento lo que te duele porque también me duele a mí.
Vamos, el Caminante del Cielo es quien hoy me ha marcado la ruta que debo seguir. Está muy cerca.

Subimos trazando una espiral muy amplia y luego sigue avanzando casi en línea recta. Aterriza en un pequeño claro en un bosque con gran variedad de especies de árboles y plantas.
Es un lugar muy parecido al que Briel vive con su familia.

-Baja, tendrás que caminar un poco pero te acompañaré. Disfruta del camino, del día, del canto de los pájaros ¿los oyes?. Pues presta mucha atención porque cuando escuches el rumor del agua habremos llegado.

Poco después, efectivamente, oí el sonido, pensé que se trataba de un riachuelo, pero no, era una fuente que, encima del caño, tenía la figura de un ángel tallada en piedra rosada.
-Este es el manantial más puro que existe. Bebe en abundancia, lava tu cara, tus manos, tus pies. Pide que se limpien tus sentimientos de manera que solo queden los de Amor y profunda Alegría.

Briel, como para demostrarme cómo se hacía, metió la cabeza, bebió...
-Te esperaré allí, debajo de aquel abedul. Ya sabes que no tengo prisa, así que tómate el tiempo que necesites.

Bebí, metí las manos y me lavé la cara, me descalcé y metí los pies y entonces, de ellos empezó a salir un líquido espeso y oscuro.
Briel debió sentir mi aprensión y se acercó a mí.
-No te asustes: deja que salga todo eso

Seguía saliendo y me hacía sentir muy intranquila. De pronto, paró y cuando, aliviada, creí que ya había concluido, salió una enorme serpiente negra con manchas que apenas se distinguían porque también eran muy oscuras. Grité y grité, pero me mantuve inmóvil temiendo que aquel bicho me atacara. Pero no pasó nada, mansamente se deslizó por la hierba.

-Sé -dijo Briel- que has pensado en matarla, pero piensa que la muerte nunca es la solución. Es cierto que yo, con mis pesados cascos, la hubiera eliminado en un momento, pero entonces me habrías cargado con una responsabilidad que es solamente tuya.
Piensa que has recibido un gran regalo al expulsarla de tu interior. Ya no podrá hacerte ningún daño. Ahora deberás elegir: ¿prefieres que siga libre su camino o te gustaría que se transformara en algo “agradable”?

Me quedé pensando en todo lo que había pasado y mis lágrimas, mansamente corrieron por mis mejillas.

Le dije a mi compañero:
-Si la dejo libre quizás entre en otra persona, creo que prefiero que se transforme en algo. ¿Estamos en tu dimensión, la de las cosas mágicas?
-Sí, claro

Volví de nuevo a lavarme los pies, las manos, la cara. Luego, cerré los ojos y dije en voz alta:
-Que la serpiente se transforme en varias flores de loto.
Abrí los ojos y vi asombrada que en el pequeño charco que se formaba dónde caía el agua, había cuatro lotos blancos y en el centro otro color magenta. El ángel que protegía la fuente sonrió dándome su aprobación.

-Ya puedes llevarme a casa Briel. Muchas gracias por traerme hasta aquí y por acompañarme y darme sabios consejos. Me he quedado muy intrigada, así que, otro día me contarás quien es El Caminante del Cielo.
-Por supuesto, con mucho gusto.


Subí a su lomo y durante el regreso fuimos en silencio, pero sentí que estaba mucho mejor y abracé con fuerza a mi compañero.

07 agosto 2016

Conversaciones con Briel - El origen

Se alegró mucho de verme. Hacía años que yo, apenas sin despedirme, me alejé. Había sido una estrecha relación cuando él era todavía un potrillo.

Pienso que nos llevábamos tan bien porque yo era muy curiosa y Briel (así le puse de nombre) estaba dispuesto a descubrir el Universo entero.

Era muy fiel. Solía llamarlo siempre sobre las doce de la mañana y durante todo aquel tiempo acudió puntualmente a mi llamada. En cuanto llegaba, me subía sobre su lomo, él desplegaba sus hermosas alas y ascendíamos hacia lugares desconocidos para mí.

Sentía que era feliz volando conmigo y antes de emprender el viaje, se dirigía a un lugar dónde las nubes eran muy densas formando como una columna, allí se detenía y muy atento escuchaba las indicaciones.

Ahora ya era adulto. Restregó su cabeza contra mí mientras acariciaba su cabeza. Me dijo:
-Me alegro mucho que me hayas llamado. Ya veo que estás muy bien ¿Quieres que demos un paseo?
-Por supuesto, ¿adonde me llevarás esta vez?
-Tengo una gran sorpresa para ti
-Estupendo

Subí a su lomo. Se había convertido en un ser grande, bello y sentí una alegría muy profunda.

-¿Recuerdas todo esto? -me dijo
-La verdad es que se me había olvidado casi por completo.

Volábamos sobre un bosque poblado por grandes árboles y atravesado por un caudaloso río
-Agárrate fuerte, estamos descendiendo.
Y, poco más allá nos posamos suavemente sobre una gran pradera
-Te presentaré a mi familia.

Al vernos se acercaron: una hermosa hembra toda blanca y dos potrillos iguales a Briel pero de un tono azul mucho más claro.
-Ven, querida, no seas tímida. Esta es Rina -me dijo. Los pequeños se llaman Arcus y Miena. La señora es Marta.

Como si me conocieran de siempre, Rina me miró con sus grandes ojos llenos de ternura y bajando la cabeza dejó que la acariciara, mientras los chicos saltaban y corrían a nuestro alrededor muy contentos.

-Ya ves -continuó Briel- un lugar perfecto para criar a la familia. Por supuesto, esta es tu casa, puedes venir cuando quieras.
-Muchas gracias.

Rina frotó su hocico con el de su pareja y le dijo:
-¿La señora sabe nuestra historia?
-Pues, la verdad, creo que nunca se la conté. Marta ¿crees que tendrás tiempo? La verdad es que merece la pena que la sepas
-Sí, claro
-Ven, al lado de aquel árbol, podrás sentarte y estarás mucho más cómoda.

Una vez acomodados, comenzó su historia.

-Se trata del origen de nuestra especie que comenzó con uno de mis abuelos y se remonta a unas diez generaciones antes de la nuestra. Cuando me pusiste mi nombre me sentí muy complacido porque, aunque tú no lo sabías, era el mismo de ese abuelo.

Cuando nací, todos le decían a mi madre que mi parecido con mi antepasado era enorme y ella decidió ponerme el mismo nombre.

Desde que era un potrillo se distinguía mucho de los demás el color de su piel era de un azul profundo, excepto la cola y las crines de un tono más claro.

Así que pronto le hicieron el vacío porque además tenía un carácter muy fuerte y le gustaba estar solo.

En los atardeceres, cuando el sol estaba a punto de ponerse, le gustaba subir a lo alto de una loma y se quedaba allí hasta que el cielo se volvía malva e iba oscureciendo.

Tenía una amiga que casi siempre lo acompañaba. No hablaban, solo estaban allí contemplando como el gran astro desaparecía.

Fueron pasando los años y cuando ya tuvieron edad de aparearse, Ralia se dio cuenta que él estaba muy triste y le preguntó qué le pasaba:

-Durante todos estos años, siempre he sentido lo mismo que siento ahora: como una gran nostalgia por no pertenecer a este lugar. Lo que más deseo en mi vida es poder volar. Desde aquí, abrir mis alas y desplazarme por el aire, donde quiera
que me lleve el viento.

-Tal vez puedas conseguirlo. Me han dicho que cuando Señora Luna brilla en el cielo en todo su esplendor, a veces pueden conseguirse cosas que parecen imposibles.

Pasó el tiempo preciso y Ralia tuvo dos preciosos potrillos y en una noche de luna llena, sintieron algo especial y vieron cono una gran dama se dirigía hacia todas las yeguas recién paridas, dándoles su aprobación con una gran sonrisa.

Cuando se aproximó a Ralia, ella se atrevió y le dijo:
-Este es Briel y el deseo más fuerte de su corazón es poder volar.

Señora Luna acarició a los potrillos y luego se paró junto a Briel y le dijo:
-Veo que tienes un corazón noble y puro, eres digno de poder volar. Cuando te salgan las alas, deberás irte con tu familia. Guíate por tu instinto, yo te ayudaré, y te instalarás en el lugar más hermoso que hayas visto jamás.

Pasaron algunos meses. Los pequeños estaban muy hermosos, sanos y siempre tenían ganas de trotar. Y una noche de luna llena, las alas de Briel se desplegaron y su primer vuelo fue para agradecer a Señora Luna por aquello que seseaba tanto.

Cuando regresó, Ralia lo estaba esperando:
-Mira, querido, yo también tengo alas y los potrillos también.

Todos juntos se elevaron, luego aterrizaron para dormir un poco y al amanecer emprendieron el viaje hacia este lugar.

Así empezó todo y lo mejor fue que, a partir de ese momento, algunos caballos ya nacían con alas. No todos, solo los que tenían el corazón noble y puro.

Marta estaba muy emocionada, abrazó a Briel y le dijo:
-Es una gran historia y te agradezco mucho que me la hayas contado. Ahora ya debo regresar a mi casa, pero te aseguro que, si quieres, te llamaré más a menudo y podrás llevarme a los lugares que quieras, para que yo también pueda conocerlos.

-Por supuesto, será un honor. Sube, te llevaré de regreso a tu hogar.

-Muchas gracias, Briel

31 mayo 2016

DOMINGO DE RAMOS

Aquella mañana de marzo, el pequeño burro se debatía nervioso: algo iba a pasar. Acababan de cepillarlo muy bien, le habían dado algo más de comida a la que habían añadido una sabrosa manzana... Sus amos, un matrimonio ya mayor, se habían engalanado con sus mejores ropas y se sentían muy contentos porque enseguida llegaría a la casa alguien muy importante.

Parece que confiaban en él, pensó el burro, porque no lo habían atado a la palmera cerca del pozo como hacían siempre, así que pensó en asomarse al camino por si veía algo diferente a otros días. Todo parecía como cualquier otra madrugada.

Oyó la voz de su ama que le decía a su esposo:
-Vamos, Simón, date prisa, es mejor que salgamos a recibirlo y llevemos al burro porque cuando llegue, ya llevará muchas horas caminando y seguro que agradecerá el transporte aunque sea tan humilde.
-Mujer, es mejor que venga hasta aquí y así  podremos pedirle que bendiga nuestra casa.

De pronto, el burro empezó a patear y brincar y si no lo hubieran agarrado fuerte ya estaría cerca de toda la muchedumbre que ya se veía por el camino y levantaba una gran polvareda.

El animal, según se iba acercando, iba sintiéndose cada vez más asustado y llegó un momento que se paró en seco y por más que tiraron de la cuerda y lo animaron a seguir, no hubo forma de moverlo.

Y en esto la gente llegó rodeando a un hombre; todos llevaban palmas y trataban de aproximarse tanto a él que apenas le dejaban espacio.

Cuando llegó dónde estaba el burro, el hombre le sonrió dulcemente y mirándole a los ojos, le dijo:
-Amiguito eres afortunado porque estás viendo y sintiendo lo que todos estos no pueden.
Puso su mano sobre la cabeza y lo bendijo
El animal se inclinó y sus amos, que seguían sujetándolo fuertemente, dijeron  que vieron caer sus lágrimas  a tierra y una hermosa planta surgió en el momento.

Por supuesto, nadie supo lo que había visto o sentido el burro, pero nunca vieron un animal más orgulloso de llevar a alguien sobre su lomo.

Desde que se había asomado al camino había visto una gran luz blanca y brillante que, poco a poco, se aproximaba. Su pequeño corazón se puso a latir con fuerza y cuanto más se aproximaba más alegre se sentía.

Aquella sensación le duró muchos días hasta que el cielo se volvió muy oscuro y sus amos, llorando, dijeron que les había llegado la noticia de que el hombre había muerto. Y, en ese momento, el burrito, lloró y lloró, y durante siete días no quiso comer, ni siquiera las sabrosas manzanas que le ofrecieron. Estuvo tan triste que creyeron que él también se iría.

Después, una madrugada, volvió a ver aquella luz tan brillante y dentro vio al hombre que le sonrió y le dijo:
-Ya no llores más, ves que estoy vivo y así será para siempre.

Y, de nuevo, acarició la cabeza del burro y lo bendijo

21 mayo 2016

La bolsa de los secretos

Un hombre muy humilde caminaba por senderos llenos de polvo entre pueblos y ciudades. Subía y bajaba montañas y, cuando tenía ocasión, se quitaba sus gastadas sandalias y refrescaba sus pies en las aguas de ríos y lagos.

Vestía una vieja túnica que le tapaba hasta debajo de las rodillas y llevaba dos bolsas de tela: en una guardaba la escasa comida que le iban dando, en otra nadie, ni siquiera él, sabía su contenido.

En ese peregrinaje llevaba desde que era un muchacho y ahora en su vejez seguía la que creía su misión lleno de paz.

Cuando se cruzaba con alguien saludaba con una sonrisa y luego indicaba que metiera la mano en la bolsa de los secretos como la llamaba.

La mayoría lo hacía con curiosidad y tal vez con la esperanza de sacar una moneda de oro, una piedra preciosa o el mapa de un tesoro, pero lo que obtenían, en general, era un papel con un símbolo dibujado que el anciano descifraba y les daba la enhorabuena porque siepre resultaba ser lo que en ese momento la persona más necesitaba. La mayoría daba las gracias, algunos regalaban algo de  comida y, muy pocos,  obsequiaban una moneda.

Después de eso cada cual seguía su camino, sin darse cuenta del gran regalo que acababan de recibir.

De pronto un día el anciano se sintió muy cansado. Se sentó a la sombra de un gran árbol, le faltaba la respiración y se dio cuenta que pronto dejaría esta vida. Oró pidiendo ayuda y consejo pensando a quien debía trasmitir su bolsa de los secretos. Y, casi al momento, el gran árbol con grave voz, le dijo:

-Tu sustituto está en camino, es un joven con el que te cruzarás cuando estés atravesando un puente. Lo reconocerás porque te ofrecerá tu ayuda y sentirás que tiene tu misma esencia.

Ahora mete la mano en la bolsa. Es como siempre un gran regalo porque toda tu vida porque has cumplido fielmente tu misión y, a pesar de que sentiste curiosidad, te contuviste. Hazlo ahora.

El anciano dio las gracias pero pensó que lo que más necesitaba era un buen sueño reparador y acomodándose entre las raíces, se quedó dormido.

Pronto se vio rodeado de magníficos seres de luz que, formando un círculo comenzaron a cantar y él, lleno de paz, se fue elevando hasta llegar muy arriba.

Allí vio una gran puerta blanca con llamadores dorados. Llamó tres veces y la puerta se abrió.

Supuso el anciano que había llegado a la gloria porque la luz era intensa, los colores lo rodeaban danzando y seguía oyendo las bellas voces de los ángeles.

Oyó una voz, que llena de ternura, le dijo:

-Has llegado a tu verdadero hogar. Esta es tu recompensa por toda tu vida de servicio. ¿Deseas algo en particular?
-Pues veréis, es que antes de quedarme dormido, me dijeron que debía entregar mi bolsa a un sustituto y así me gustaría que se cumpliera
-Está bien, regresa y cumple tu última misión.

Despertó debajo del árbol, se levantó y se puso en camino hacia el puente, pero nadie supo darle razón.

Y así pasaron días y hasta semanas.

Un día encontró una gran muro de piedra que cerraba un hermoso
jardín. Preguntó a quien pertenecía todo aquello y le dijeron que a un joven príncipe que vivía allí desde su más tierna infancia.

Llamó a la puerta y preguntó al sirviente que le abrió si podía pasar:

-Por supuesto, mi joven amo hace años que os está esperando.

Un perro grande salió a su encuentro y mientras duró su estancia no quiso separarse de él.

Apareció luego un gato que, maullando, pidió una caricia bajando la cabeza.

El jardín era grande y magnífico y a los pájaros parecía gustarle porque volaban y cantaban alegres.

Se fijó que, al fondo, corría un riachuelo y encima había un hermoso puente de piedra con balaustradas decoradas con bellos dibujos. Pensó
“Encontré el puente” y luego, dirigiéndose al sirviente, dijo:

-Decidle al príncipe que no tengo mucho tiempo y debo entregarle algo
-Así lo haré.

Caminó hasta la mitad del puente y esperó
Desde allí se veía bien el palacio y las montañas que lo rodeaban, muy altas, tanto que sobrecogía verlas tan cercanas.

Enseguida apareció un joven muy apuesto y bien vestido:

-Maestro, me da mucho gusto vuestra visita, tal vez podáis decirme si ya es mi tiempo y estoy preparado.

El anciano sonrió y, sin decir palabra, abrió la bolsa

El joven metió la mano y sacó un papel que decía:

“Ha llegado el tiempo de dejar tu palacio y recorrer el mundo”

El príncipe palideció y dijo:

-Maestro, yo no conozco nada fuera de aquí. Mi corazón me indica que eso sería bueno para mí, pero no me siento con fuerzas ¿qué me aconsejáis?

El anciano contestó:

-Os agradezco vuestra hospitalidad pero solo vos podéis decidir. Mañana al alba seguiré mi camino. 

Os deseo lo mejor.
Al día siguiente, tratando de no hacer ruido para no molestar, dejó la mansión. El perro y el gato lo despidieron. El sirviente le abrió la puerta, le entregó una bolsa con abundante comida y le dijo:

-Yo iría con vos maestro, pero tengo esposa y cuatro hijos y sé que no debo abandonarlos a su suerte. Casi en la cima de la montaña, surge un manantial muy puro, tal vez allí encontréis a quien buscáis.
-Gracias, hermano, que Dios te bendiga.

Con mucho esfuerzo, el anciano fue subiendo la montaña, encontró el manantial y allí varias personas se estaban bañando para purificarse. Y con el alegre murmullo del agua se quedó dormido y de nuevo fue ascendido.

Una vez dentro, le ofrecieron quedarse porque se lo había ganado, pero él insistió en que quería entregar la bolsa y conocer personalmente a su sustituto.

-Está bien, pero esta será tu última oportunidad.

Cuando descendió, estaba a la orilla de un caudaloso río, pero por más que buscó no encontró ningún puente.

Como había hecho tantas veces, se quitó las sandalias y metió los pies en las frías aguas, pero la corriente era muy fuerte, sintió como si alguien lo empujara.
Se vio arrastrado y, lastimeramente, comenzó a pedir socorro.

De pronto, vio que, desde la orilla, una mujer lo llamaba:

-Aquí, aquí, agarraos con fuerza a esta soga y yo os sacaré
Así fue y, en un momento, estuvo sano y salvo, tumbado en la orilla. Dio las gracias a la muchacha y preguntó si por allí había un puente, pero no.

Entonces fue cuando se decidió a meter la mano en la bolsa para sacar un mensaje para sí mismo y, muy asombrado, leyó:

-Ya no busques más, ella es.

No terminaba de creérselo, pero le dijo a la mujer cual había sido su misión toda su vida y si ella estaría dispuesta a seguir con su tarea.

-Sí lo estoy maestro ¿Cuáles son las condiciones?
- Piénsalo bien,  porque si aceptas, tu vida entera será de peregrinaje, no conocerás esposo ni parirás hijos. Comerás las migajas que te den y pocos reconocerán el gran regalo que les haces. Serás bendecida por la Alegría, la Paz y la Humildad y cuando sientas que tu vida va a finalizar, busca quien te sustituya. ¿Aceptas entonces?

-Acepto en este momento y  lugar.

Entonces el anciano le entregó su bolsa y ella al recibirla se transformó en el ser más bello que jamás hubiera visto.

Esta vez ambos ascendieron y cuando las puertas se abrieron oyeron las maravillosas voces de los ángeles que, cantando, les daban la bienvenida y un ser, todo bondad y sabiduría, le dijo al anciano:

-Cumpliste  tu misión hasta el final. Eres bendecido por ello. La muchacha es tu propia alma que fue a recogerte y siempre será tu amada compañera. 

Pasad y disfrutad de vuestro merecido descanso.

Cuando llegue el tiempo de nuevo bajaréis a la Tierra y, mientras, id pensando cual será vuestra próxima misión.

24 diciembre 2015

Canción de Navidad



Llamó a los cristales con un suave aleteó y me dijo:

-¿Quieres venir?
-¿Adónde quieres llevarme?
-No preguntes, solo ven

Y volamos juntos atravesando la fina lluvia y después sobre las nubes blancas que nos tentaban para quedarnos.

Él se orientó por la posición del sol:

-Está un poco lejos, pero merece la pena

Veíamos pasar las cosas como se ven desde el cielo: pequeños pueblos blancos, ríos, campos perfectamente dibujados y seguimos más lejos, más lejos...Y así , volando y volando tardamos un día entero.

Al principio íbamos solos, en silencio, pero luego él empezó a cantar  una hermosa melodía y, como si esa fuera la señal, muchos más se nos unieron.
Aunque para mí era nueva, los otros parecían conocer  la canción y fue creciendo en volumen y bueno,  les gustaba oírla bien fuerte. Pensé: “van a despertar al mundo”. Y alguien, muy sonriente, contestó:

-Ah, que no te habías dado cuenta?. De eso se trata, de despertarlos. O, mejor aún, que usen sus propias voces y se sientan muy bien por ello.

Seguimos viaje. Nunca se me ha dado bien calcular cuantas personas puede haber en una sala, por ejemplo, y menos aún como ahora, cuando el espacio era inmenso. ¿Para qué contar? Éramos los que éramos, sin más.

Mi compañero, el que me había ido a buscar, dijo:

-Fijaos, ¿veis aquellas luces en aquel lugar tan pequeño? Allí es.

Hubo exclamaciones  de júbilo, de alegría pero también de desilusión, de desconcierto. Seguro que algunos pensaron: “¿Un viaje tan largo para esto?”

Yo no sabía muy bien qué pensar pero confiaba en mi corazón que, sin saber por qué, se había puesto a saltar. Y esta vez la melodía brotó de mí y fui la primera en avanzar. No me importaba si estaba sola o si alguien me seguiría....

Mi canción fue una señal, solo que esta vez fueron miles de estrellas las que se aproximaron y después vinieron otros tantos ángeles. Todos acompañamos a un pequeñito que acababa de nacer y que, sin duda, tenía algo especial porque él solo tenía mucha más luz que todos los demás juntos.
Llegaron también unos reyes sabios y explicaron que aquella luz tan fuerte era uno de los dones del niño pero que tenía otros porque había venido de muy lejos a enseñar que se puede vivir con Amor y Paz.

Y en ese momento, pasó algo extraño porque se produjo un gran silencio cuando el niño sonrió y aquella sonrisa nos abarcó, nos tocó uno por uno.

Eso ocurrió hace más de dos mil años y, lo más curioso, es que aún conservo aquella sensación y la melodía que después empezamos a cantar porque, aunque nunca la aprendimos, la entonamos todos juntos, surgiendo directamente de nuestra alma.

                                 Feliz Navidad 2015